lunes, 21 de noviembre de 2016

Partir





La tristeza puede ser generada por mil motivos en nuestro mundo, pero la más dolorosa sin dudas es la ausencia de un ser amado. Los que parten para siempre te perforan la existencia. Entre las variadas y penosas formas de irse hay una particular, y la que me dio la experiencia, y es aquella de los que se van luego de años de enfermedad.
En la parte final de la enfermedad, esa donde el médico con voz casi imperceptible y cara vacía e inocua te tira frases tipo “queda poco tiempo” “esto no mejora”, esta es la presentación oficial de la vigilia del cruel adiós, son las que resuenan como eco durante días o meses, irte a dormir esa noche del diagnóstico es como acostarse sobre mil cuchillos que te destrozan y te desgarran el cuerpo y el alma. A partir de ahí todo es más atesorable.
Uno de los míos es el de un mediodía de octubre que regresaba del trabajo con el típico calor santiagueño cuando sonó el teléfono celular, era mi mami con su saludo diario, - Como estas mi amor, mi reina, mi princesa, que hace mi vida? Me dijo, y en ese instante mi corazón comenzó a bombear a mil, me dolía el estómago, me sentía quemar por dentro y se me anudaba la garganta mientras le conté rápidamente lo que fue mi día para cortar e inmediatamente llorar desconsoladamente. La tristeza me inundaba, me embistió como tsunami de un mar muy profundo, como podría hacer para retener en mi memoria su voz? Como perpetuar su saludo diario?, hice un ejercicio automático de ese momento, como haríamos para poner guardar en Word y aún hoy cuando escribo esto puedo escuchar su dulce voz mimándome, - como estas mi amor, mi reina, mi princesa, que hace mi vida?.
El otro, por su parte, fue el de Gonza, fue un beso baboso profundo en el aeropuerto. Habíamos llegado tarde a despedirlo en su ida a Buenos Aires, pudimos detenerlo y sacarlos de la fila de subida al avión (esas posibilidades mágicas). Fue el mejor beso baboso de mi vida y por supuesto presione guardar en mi documento de momentos infinitos.
Los instantes que se atesoran siempre son aquellos que no se pueden comprar y que trillado suena pero tan verdadero, tanto que me guarde una dulce voz y un beso baboso en la bitácora de mis recuerdos, y todavía años después suenan en mí.